viernes, 8 de marzo de 2024

Pascuala Jauregui, entre la discoteca y la sede sindical


Sus polleras incomodaban, pero ese no parecía ser problema suyo. Bailaba cual si fuera la única en la pista. Había que ver sus vueltas siguiendo el compás de “I’m so excited”, de las Pointer Sisters. ¡Realmente estaba emocionada! Era la década de los 80 y estaban de moda los temas de la música disco que hoy son identificados como “clásicos”. La juventud de Irupana asistía los fines de semana a la discoteca del Camilo -la llamábamos Disco Tierra, por su piso descubierto- y junto a ella lo hacía también la infaltable Pascuala.

Ella nació en La Joya, una hacienda que se encontraba en el sector de Chicaloma, el año 1945. Eran tiempos anteriores a la Reforma Agraria. Sus papás Fabio Jáuregui y Zenobia Salinas han tenido que sufrir el duro régimen de explotación de mano de obra que aún imperaba en la zona. Pascuala se trasladó temprano a la población de Irupana, donde desarrolló casi toda su vida.

Había que ver el garbo con el que caminaba, como mirando por encima pequeñeces humanas tales como la discriminación y el racismo. En el centro poblado era objeto de bromas y chistes de ese corte, pero ello no parecía mellar su seguridad y su gran carisma. Ella estaba donde quería estar, sin interesar si con ello iba a incomodar al resto.

Y no todo era baile y fiesta en su vida. Como gran parte de yungueños y yungueñas se ganaba la vida trabajando de sol a sombra, ya sea cosechando el cafetal o kich’iendo el cocal. En tal condición fue una activa afiliada de su sindicato comunal. Estaba bien comprometida con la suerte de la organización campesina, tanto que a nadie le sorprendió cuando un Congreso la eligió Secretaria Ejecutiva de la Federación Especial Única de Mujeres Campesinas de Irupana. Era una lideresa nata de ese sector.

Era tal su liderazgo que fue invitada a ser candidata a concejala del Gobierno Autónomo Municipal de Irupana, cargo para el que fue elegida y desempeñó con gran responsabilidad. La seriedad con la que cumplía sus obligaciones sindicales y políticas contrastaba con la alegría y el buen humor con los que desarrollaba su vida diaria.

Como lideresa de la zona participó en espacios de aprendizaje horizontal de agricultores y agricultoras de Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras y Cuba. En ellos recogió los aportes del resto, pero también compartió sus lecciones aprendidas. Varias cartillas educativas elaboradas por los auspiciadores de esos encuentros guardan esa faceta de su vida.

Pascuala Jáuregui Salinas falleció a los 68 años, en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Un infarto de miocardio puso fin a su existencia, la que fue vivida de forma intensa y fue puesta al servicio de su gente. Fue protagonista destacada de la historia de Irupana en épocas en las que ser afro no abría puertas, mientras que ser dirigente sindical demandaba el sacrificio de tu propio peculio. Que nuestro olvido no sea cómplice de una injusticia con todo su gran aporte.


El Mancebao, agosto de 2023

martes, 7 de diciembre de 2021

Armando de La Planta : ¡Amando La Planta!

Armando a orillas del río La Planta

“El Armando, de La Planta”. Así lo conocían sus compañeros de escuela. Toda su vida, Armando Pinedo Condori habitó, junto a su papá Javier, en lo que fue la casa de hacienda de Chiñani, la que se encuentra a sólo minutos de caminata de las orillas del río.

El río La Planta no aparece en ningún mapa, porque ese no es su nombre. En realidad, se llama P’uri. Quienes habitan Irupana le pusieron ese sobrenombre debido a que, desde los años 40 del pasado siglo, ahí funcionaba la planta hidroeléctrica que daba energía a Irupana y Chicaloma.

El hecho es que Armando creció con el ruido del afluente en sus oídos: “Lo quiero mucho a ese río, me ha dado esa frescura de sus aguas cristalinas, me recuerda mucho cuando sacábamos mauris en los años e que estaba en la escuela. Es mi deber protegerlo y cuidarlo”.

Para quienes estudiaron en Irupana, las excursiones al río La Planta son inolvidables. Ya en esos años, Armando despuntaba como el gran conocedor de la zona, debido a su cercanía con el río. Pero no se ha quedado ahí, durante todos estos años ha ido explorando el caudal, tratando de llegar hasta sus orígenes mismos.

“Subiendo desde el camino, desde donde está el puente, caminas más o menos una hora, hay dos cascadas: Huajini y Perolani. Subes tres horas más y llegas a una playa extensa, a las faldas del Astillero, de ahí para arriba hay muchas cascadas, son seguidas”, describe.

Comenta que una de las particularidades de este río es que los riachuelos que en él depositan sus aguas lo hacen a través de pequeñas caídas que lo embellecen, tanto desde el lado de Maticuni como desde el de Rosariuni. “Arriba de la playa del Astillero he contado unas 100 pequeñas cascadas”, abunda.

Hace años que Armando Pinedo tiene la idea de consolidar un paseo turístico por las orillas de La Planta, él considera que esa es la mejor manera de crear conciencia sobre la necesidad de preservarlo y alejar cualquier intento de explotar mineral en esa área.

Para ello ha contactado a las autoridades municipales y también se ha reunido con la gente de Alimentos Irupana para construir un circuito turístico, que incluya paseos por Pasto Grande, la cultura afroboliviana de Chicaloma, la historia de Laza o la Guerra de la Indepedencia en la zona.

Lamentablemente, ello todavía no ha sido consolidado. Armando cuenta que se ha reunido con el subgobernador David Aro, quien ha comprometido su concurso, al igual que con el Concejo Municipal de Irupana, cuyos integrantes han prometido declarar a las orillas del río como reserva municipal con el objetivo de asegurar su protección.

“Creo que me voy a casar con el río La Planta”, confiesa Armando con amor. En realidad, él está casado con Virginia Choque, quien no es celosa de esa relación. “Mi esposa me apoya”, dice, aunque ella es temerosa de que el esfuerzo de su marido no sea recompensado con el reconocimiento de la población.

Armando Pinedo no puede estar una sola semana sin visitar a su adorado río y, en los últimos años, su pequeña hija Yumalay lo acompaña en esa travesía. Su deseo es heredarle su gran amor por el afluente, como quisiera hacerlo también con todos quienes viven en Irupana. Es que el “Armando de La Planta” vive sus días amando a La Planta…

lunes, 10 de mayo de 2021

Con Irupana en el tintero


Irupana tiene bastante memoria escrita, pero también cuenta con bastante historia en el tintero. Durante su historia tuvo al menos tres publicaciones impresas que han registrado su vida, sin contar con varias publicaciones esporádicas que han sido realizadas por sus pobladores.

Corría 1943, cuando los integrantes del Centro Cultural Agustín Aspiazu -que reunía a los residentes de Irupana en la ciudad de La Paz- publicaron la revista “Acción y Progreso”. El medio de comunicación estaba dirigido por Leonardo Guzmán, quien, en la primera editorial del impreso, deja claramente establecido que el mismo servirá para hacer campaña por la creación de la provincia “Agustín Aspiazu”.

Pero además del debate sobre la fundación de la pretendida jurisdicción provincial –que tenía como capital a Irupana-, la publicación servía para difundir hechos históricos, además de algunos acontecimientos de los vecinos de la población de origen.

Es gracias a esta publicación que las nuevas generaciones de irupaneños e irupaneñas se  enteraron de la hipótesis que asegura que nuestra población fue fundada el 25 de julio de 1746. Nadie de los actuales pobladores conoce el certificado de nacimiento, el único documento escrito es el artículo escrito por Leonardo Guzmán.

“Mediante pacientes investigaciones en el viejo Archivo Parroquial que aún debe existir en Irupana, el año 1903, juntamente con el que fuera Obispo de la Diócesis, Fray Nicolás Armentia, (…) hemos llegado a establecer, sino con exactitud, al menos aproximadamente,  que en 1744 los conquistadores españoles, marqueses de Tagle, Gayoso y Mena, atraídos por las ricas minas de plata descubiertas en los cerros de Lavi, Cerropata, Huequeri y Cieneguillas, han establecido sus primeras viviendas en el lugar hoy llamado Machacamarca, allá en la loma más alta de los cerros San José, Sascuya y La Avanzada, fundándose dos años después, el 25 de julio de 1746, la población con el nombre de Santiago de Irupana, en homenaje al apóstol Santiago”.

Esta revista tuvo una segunda época, en la década de los 50, esta vez dirigida por el reconocido Mario Archondo Mendieta, quien, en la primera –durante la dirección de Leonardo Guzmán- estaba a cargo de la administración de la publicación.

La segunda publicación periódica que tuvo el municipio yungueño fue el boletín “Irupana”, dirigido por José Pabón Oyola, quien era parte del Comité Cívico de la población. Se imprimió de forma mensual entre los años 1984 y 1985. Su lema lo decía todo: “Somos el tábano que mantiene despierto al noble caballo”.

Sus notas son una constante revisión a la falta de atención de las históricas necesidades del centro poblado, tales como el mal servicio del agua potable y el pésimo estado de las carreteras. Pero también se ocupaba de destacar las buenas iniciativas que se desarrollaban en beneficio de la vecindad. Dio su fin a su existencia debido a que ya no había quién provea el stencil para imprimir la hoja oficio en la que se lo imprimía.

Unos años más tarde, en 1990, irrumpe El Mancebao, dirigido por Guimer Zambrana Salas, una publicación en formato tabloide que pretendía ser de periodicidad anual. Su objetivo, según dice en su primer número, es el de “reflejar a Irupana y su vida misma”. Su nombre fue tomado de las chorreras que se encuentran en uno de los costados de la planicie de Churiaca, en los que se bañaban sus pobladores en las épocas en las que las cañerías del pueblo daban más pena que agua. Su lema inicial lo resumía todo: “Irupana desnuda en El Mancebao”.

Sus reportajes tienen un perfil más bien histórico, en los que se destacan hechos sucedidos en la población yungueña, pero también historias de vida de personajes y organizaciones que no pueden pasar desaparecicibidas. La historia acumulada en sus 11 ediciones es un buen resumen de todo lo ocurrido en el municipio, desde los asentamientos prehispánicos de Pasto Grande, hasta el festival de parapentes, hoy conocido como el Irupanapente.

“Me contaron que nació entre los maizales y, aunque perdió su Fe de Bautizo, se dice que fue hace 244 anos. Yo creo que tú también la conoces y la viste bañando su desnudo cuerpo en las chorreras del Mancebao: la llaman IRUPANA”, dice su primer editorial. La publicación continúa vigente, aunque se publica de año en cuando…

miércoles, 5 de mayo de 2021

Ese colegio que llegó en la maleta de un forastero…

Estudiantes y docentes del Colegio 5 de Mayo el año 1974 (Foto: Familia Archondo Molina)

Don Raúl Gómez del Pino llegó a Irupana en 1958 para descansar. Se acababa de jubilar del magisterio y buscaba un lugar para pasar sus últimos años. Pero no podía con su carácter, apenas arribó se dio cuenta de que no existía un colegio secundario y comenzó a trabajar para llenar el vacío: Creó el “Nacional Mixto 5 de Mayo”.

La señora Lidia Arce lo recuerda empeñado en convencer a la gente sobre la necesidad y la posibilidad de contar con un colegio: “Llamó a las autoridades, clubes deportivos, beneméritos y vecindario a una reunión en la que planteó, sólo pedía un local, algunas mesas y sillas, y más que todo la colaboración de personas para desempeñar como profesores”.

Es así que el inquieto educador formó su primer plantel docente con únicamente personas del lugar: el médico del hospital, Dr. Fernando Cárdenas; el odontólogo René Tamayo; el párroco, padre Santiago; la señora Helen Künzel (alemana); los señores Solón Gallo y Lidio Meneses, además de la propia señora Arce, como profesora en Ramas Técnicas y Economía Doméstica.

Las autoridades proporcionaron a don Raúl el local que había sido de propiedad de la Sociedad de Propietarios de Yungas, organización que desapareció con la Reforma Agraria de 1953. La vieja casa donde ahora funciona la oficina de la Policía Boliviana, cerca de la Cooperativa Ukamau.

Los trámites impulsados por el señor Gómez tuvieron resultado en 1962, cuando el Colegio recibió su certificado de nacimiento oficial con el nombre “5 de Mayo”, en homenaje al día de nacimiento de Agustín Aspiazu. Y lo que es más importante, le fueron asignados sus primeros ítems pagados por el Estado.

Por si faltara algo, Raúl Gómez del Pino escribió hasta la letra del Himno al colegio, a la que le puso música el profesor Jaime Gallardo: “Somos hijos de Irupana, este pueblo sin igual, extendido en la montaña y en la vega más ideal”.

Al principio, el colegio formaba sólo hasta el primer curso del ciclo Medio (lo que ahora es el Cuarto de Secundaria), pero en 1974 logró graduar a su primera Promoción de bachilleres. Fue en 1976 que trasladó sus actividades académicas de la vieja e incómoda casona de la calle La Paz a la que ahora tiene en Churiaca.

Debido a su edad, Raúl Gómez del Pino no pudo conocer la nueva infraestructura ni tampoco pudo asistir a la graduación de la Promoción 1978 que llevó su nombre. Como buen maestro, él había sembrado, la cosecha la dejaba para los demás…

jueves, 1 de abril de 2021

Edgar Pabón, la vida entera por una carretera asfaltada

Si hay algún yungueño que ha gastado su vida por el asfaltado de la carretera entre Unduavi y Chulumani es el irupaneño Edgar Pabón Mostajo. Aún cumplía funciones laborales privadas cuando comenzó su apostolado por la vía, pero desde que está jubilado se ha dedicado a tiempo completo a su cruzada personal por ver terminada la obra.

Pese a que desde joven reside en la ciudad de La Paz, Pabón jamás se alejó de la tierra que le vio nacer. Siempre estuvo vinculado a la Fraternidad de Residentes de Irupana, luego a la Liga Interyungueña de Fútbol y, finalmente, al Comité Cívico Interyungueño.

Luego de terminar la Primaria en Irupana salió a la Sede de Gobierno para concluir la Secundaria. Gracias a su habilidad para el fútbol, trabajó dos años en el centro minero de La Chojlla, lugar al que representó en el Campeonato Nacional Minero. Pero su buen trato con la pelota prometía más: Jugó en el Northem, el Ingavi y el Ferroviario. Sin embargo, eran épocas en que no se podía vivir de la práctica de este deporte. Encontró empleo en la Fábrica Nacional de Vidrio Plano, con cuyo equipo disputó el Campeonato Fabril de La Paz.

Durante más de 14 años fue Jefe de Personal y Ceremonial del Palacio de Gobierno, para luego pasar a la Jefatura de Recursos Humanos y Relaciones Públicas de la Gundlach, la principal representante en Bolivia de varias marcas estadounidenses de vehículos.

En 1968, un grupo de residentes de poblaciones yungueñas se reunió en La Paz, con el objetivo de crear la Liga Interyungueña de Fútbol. Es así que se organizaron los torneos de este deporte, de los que Irupana fue campeón durante tres años consecutivos. La región ya era el principal semillero del fútbol paceño y el torneo había ayudado a que muchos futbolistas de la región se integren a equipos de la Asociación de Fútbol de La Paz.

Como fruto de esa organización, en 1992 surge el Comité Cívico Interyungueño, del que Pabón es elegido su primer presidente. La experiencia de organizaciones similares de Santa Cruz, Beni y Tarija alentaba a los residentes yungueños a tratar de aprovechar la fuerza del movimiento para lograr atención a la región.

El principal desafío del naciente Comité no sería otro que el asfaltado de la carretera, una verdadera utopía para la época, en la que el único que creía firmemente era precisamente Edgar Pabón. El gobierno de Jaime Paz Zamora declaró la obra de Prioridad Nacional, pero jamás obedeció la nueva norma. Sin embargo, la ley era el paraguas que necesitaban los dirigentes yungueños para exigir la construcción de la nueva vía.

La exigencia fue tal, que la Prefectura, durante la primera presidencia de Sánchez de Lozada, tuvo que licitar la elaboración del estudio a diseño final de la obra. Una empresa peruana se adjudicó la tarea, pero tardó siete años en entregar el estudio con un avance del 70 por ciento. El famoso estudio fue concluido recién el año 2010, tiempo en el que Edgar Pabón y los dirigentes del Comité Cívico Interyungueño tuvieron que andar de oficina en oficina, todos los días.

En medio, el yerno de Hugo Banzer, Alberto “Chito” Valle, hasta se dio el gusto de entregar –como regalo en la fiesta de Chulumani- el supuesto estudio concluido. Luego de recibir los aplausos y el agradecimiento, se descubrió que no era más que papeles que nada tenían que ver con la obra.

Una vez elaborado el estudio había que tramitar la ficha ambiental, la cual también fue seguida de cerca por el cívico yungueño. Y finalmente, había que buscar financiamiento, mandaron cartas hasta a la propia Corporación Andina de Fomento (CAF) para que financie la obra.

Grande fue la sorpresa de Pabón cuando el presidente Evo Morales anunció que la vía Unduavi – Chulumani sería ejecutada con recursos del Estado. De inmediato, redactó una carta para agradecerle por la determinación.

Sin embargo, él está preocupado por la forma en que se decidió encarar el financiamiento de la obra. Se aprobó un presupuesto inicial de nueve millones de dólares, el cual no alcanzaría siquiera para 10 kilómetros de asfaltado, tomando en cuenta que el costo por kilómetro pavimentado supera el millón de dólares.

De cualquiera manera, se niega a perder la fe. A sus 78 años, él está seguro que la vida le dará la posibilidad de viajar a Chulumani por una vía completamente asfaltada para llegar en menos tiempo a su amada Irupana.

Irupana, agosto de 2013

sábado, 28 de marzo de 2020

Jaime Cuevas Larrea, el alcalde que gestionó el puente sobre el río La Paz

Don Jaime, en el puente sobre el Río La Paz

Jaime Cuevas Larrea todavía conservaba la grabación del discurso que dio el día en que le entregó un puente en miniatura al Gral. Hugo Banzer Suárez, pidiéndole la construcción del paso carretero sobre el río La Paz. Él era alcalde municipal de Irupana y el militar presidía el régimen de facto con el que gobernó el país, entre 1971 y 1978.
El puente sobre el río La Paz era un anhelo de los pobladores de la zona desde las épocas en que llegaron las carreteras. Había que vadear el afluente para conectar Irupana con las provincias Inquisivi y Loayza. Y aquello era simplemente imposible durante la temporada de lluvias.
Ante el anuncio de que Banzer visitaría las poblaciones yungueñas, Jaime Cuevas viajó a la ciudad de La Paz para reunirse con el militar yungueño Armando Escobar Uría y coordinar los detalles de la llegada. “El general nos dijo que, en su recibimiento, Chulumani iba a entregar las llaves y que ‘Irupana siempre sobresale’”.
Desconcertado por lo dicho por el ocobayeño, Cuevas Larrea retornó a la población y le comentó la conversación a su Oficial Mayor, Julio Palacios. Éste sugirió encargar un puente en miniatura y entregarlo como presente al visitante, pidiéndole financiar la construcción de la vía que permita vencer el río La Paz sin dificultades.
Así lo hizo. “El gran anhelo de los generales René Barrientos Ortuño y Armando Escobar Uría cumple el Gral. Banzer”, fue la frase que acuñó Cuevas en el intento de convencerlo de encarar la obra. La respuesta de la gente reunida en Irupana para el recibimiento fue “¡puente! ¡puente!”
El entonces alcalde irupaneño recordaba que, tras el discurso, Banzer le dijo que era posible encarar la obra, pero que la gente del lugar debía preparar los accesos que permitan llegar al lugar para comenzar con los estudios e iniciar los trabajos de construcción.
Era tal el anhelo del paso vehicular que el solo anuncio generó la movilización de toda la población. “Todos los vecinos bajaban a La Plazuela, hasta ex combatientes, a veces llevábamos carne y don Víctor Suarez hacía la parrillada, así hemos abierto la senda de ambos lados”, rememoraba don Jaime.
Su régimen dictatorial no le alcanzó a Hugo Banzer para entregar la obra, pero los trabajos ya estaban avanzados y no se detendrían hasta su conclusión. El paso fue inaugurado por el dictador de turno, Luis García Meza, el año 1981. Era la época en que las urnas estaban clausuradas hasta nuevo aviso.
Para entonces, Jaime Cuevas Larrea también se había alejado de la Alcaldía de Irupana. Sus hijos necesitaban continuar con sus estudios y él debía acompañarlos en La Paz, razón por la que debía dedicarse a alguna actividad que le permita estar ligado a la sede de gobierno.
Don Jaime no nació en Irupana, sino en la urbe paceña. Su familia tenía propiedades en La Lloja, provincia Loayza, al otro lado del río La Paz. Al comenzar la década de los 50, del pasado siglo, sus padres compraron la propiedad Santa Bárbara, que se encuentra en sector Pasto Grande.
Él cursaba colegio en la ciudad cuando se produjo la revolución de abril de 1952. Ante el cierre del Colegio Militar del Ejército, los cadetes formaron “fraternidades” con las que pretendían resistir el proceso revolucionario en curso. Adolescente aún, Cuevas se sumó a la fraternidad llamada “La barra de la esquina”. Pero el MNR se afianzaba en el poder día que pasaba y había comenzado a detener a sus opositores, incluidos los jóvenes cadetes de las fraternidades. Enterado del hecho, el padre de don Jaime lo “desterró” a su propiedad de Santa Bárbara.
Ahí estuvo dos años, trabajando a diario, sin salir a ninguna parte. Al cabo de ese tiempo comenzó a aparecer en Irupana. Su habilidad con la pelota hizo el resto, en poco tiempo estuvo integrado a la juventud del poblado. Jugaba en el Millonarios y luego se sumó al Atlético Irupana.
Él era defensor, pero la casualidad lo convirtió en arquero. Había recibido una patada en el pie al amansar una mula y el equipo que iba a entrar a la cancha de Churiaca sólo tenía 10 jugadores. “Tienes que entrar de arquero”, fue la orden. Cuando ingresaba al terreno escuchó una voz que le advertía: “¡Cuevas deberías traer canasta para llevarte los goles!”. No fue así. Terminó el partido con nuevo puesto en la cancha y el apodo que lo marcaría para siempre: Mono.
En su constante paso por Vila Vila -al ir y venir entre Santa Bárbara e Irupana- conoció a Silda Cárdenas. Jaime estaba decidido a construir su historia con ella, por eso, en cada viaje, para congraciarse con los futuros suegros, dejaba a su paso dos cargas de leña. Ella tampoco era indiferente a la presencia del joven, por lo que en poco tiempo se casaron y se asentaron en Irupana. De esa relación nacieron Jaime, Rigoberto, Lorena y René.
Jaime se dedicó de lleno al ganado, hicieron una sociedad con los mañazos Carlos Mercado y Luis Salas, en la que su misión era proveerles de animales para el carneo. Desde siempre su vida ha estado dedicada a la crianza y traslado de vacas, cuando no de mulas para llevar carga. Tiene innumerables historias y anécdotas sobre el lomo del caballo.
Pero la política lo seguía siempre. A poco de su llegada a Irupana se vio organizando los grupos falangistas que intentaban impedir el irreversible paso de la historia. Los enfrentamientos con los emenerristas, el balazo que atravesó el bota pie, las huidas a Santa Bárbara. Hasta aquel día en que lo buscó Raúl Portugal, ministro de Banzer, para entregarle su nombramiento de alcalde de Irupana.

viernes, 23 de agosto de 2019

Sara Arce Soliz, la educadora de Irupana

La educadora irupaneña junto a su amada Escuela Eduviges

Aquella tarde de 1984, los estudiantes del último curso del Colegio 5 de mayo iban a bautizar a su Promoción con el nombre de la destacada educadora irupaneña Sara Arce de Velasco. Cuando la maestra homenajeada llegó al salón donde iba a realizarse el acto se sorprendieron al ver que comenzó a llamar lista, pero a sus mamás. Casi todas ellas habían sido sus alumnas: “Celina, Basilia, Cleofé…”. “¡Buenastardes, profesora Sara!”, respondían felices las señoras, retrocediendo las décadas en las que la tuvieron como a su preceptora.
Es que si hubo una maestra que marcó el curso de la educación en Irupana durante el siglo XX fue la profesora Sara, una educadora que no sólo destacó por su trabajo en el aula y al mando de la que sería la Escuela Eduviges Garaizabal viuda de Hertzog. Ella trabajaba horas extras con los padres de familia, mientras sus firmes principios y valores morales se constituían en la otra gran enseñanza.
Sara Arce Soliz se acercó temprano a la tiza y al pizarrón. Su hija Consuelo Velasco asegura que su andadura por las aulas como educadora comenzó cuando ella tenía apenas 15 años. Desde su niñez se había destacado como estudiante en la Escuela Primaria Mixta, que funcionaba en lo que hoy es el mercado de Irupana. Era la época en que ese era un requisito indispensable para incursionar en el magisterio.
Pese a su corta edad, no tardó mucho en destacar entre las educadoras del lugar. Su padre –que fungía como Notario en Irupana- tenía una pequeña biblioteca, la que ella se comió entera al saber del desafío docente que se le avecinaba. Por supuesto que luego se fue nutriendo de otros textos: “Tenía sus enciclopedias, hacía resúmenes, no sólo veía eso, revisaba revistas especializadas, en esa época no había esa fluidez de información que tenemos ahora”, rememora Consuelo.
A sus 30 años, en 1942, fue nombrada directora de la Escuela de Niñas. Para entonces, la profesora Sara era ya toda una institución de la educación en Irupana, un referente obligado cuando se hablaba de temas relativos a la cultura de la población.
Nadie olvidaba que, durante los años de la conflagración bélica con el Paraguay –entre 1932 y 1935- esa joven había sido “madrina de guerra”. Ella se ocupaba de escribir las cartas que las familias –que no manejaban la lectoescritura- mandaban a los soldados que se encontraban en el frente de batalla y de leerles las que llegaban. Tampoco pasaron inadvertidas las actividades de recaudación de fondos para apoyar a quienes lo necesitaban.
Las veladas artísticas, las actividades deportivas, las campañas de solidaridad. La “señorita Sara”, como la conocían en Irupana, encabezaba todas las actividades que se desarrollaban en el centro poblado. Era tal su presencia en la vida de la población, que el naciente Centro de Acción Cultural y Deportiva “Agustín Aspiazu”, formado por únicamente varones, la nombró “presidente honoraria” de su organización.
Quedó grabado en la memoria ese emotivo discurso, aquel lunes 16 de mayo de 1949, en el acto en que el presidente Enrique Hertzog Garaizabal puso la primera piedra de lo que hasta ahora es el local de la Escuela Eduviges, nombre puesto en homenaje a la madre del entonces mandatario.
Pero el amor iba a cambiar el curso de su vida. El orureño Alex Velasco llegó a Irupana designado para la Aduana Agropecuaria. La profesora Ana Rivera, sabedora de la presencia de aquel apuesto joven, se le acercó y le dijo: “¿Desearía usted conocer a una dama irupaneña muy simpática?”. Ante el interés del recién llegado, fue en busca de Sara, a la que comentó: “¡Hay un joven que quiere conocerte!”. Así comenzó esa historia de amor que se prolongó hasta la muerte.
El año 1950 nació Ramiro, dos años después Consuelo. Ellos y su educación eran el nuevo desafío de Sara y Alex. En 1958, la educadora irupaneña tuvo que dejar la dirección de su querida Escuela Eduviges para trasladarse a la ciudad de La Paz. Su apuesta de toda la vida por la buena educación debía dar sus mejores frutos en sus dos retoños.
La inversión de Sara y Alex en la educación de sus hijos es otro ejemplo digno de imitar. Ambos de clase media, sin casa propia en la sede de gobierno, lo pusieron todo para que Ramiro y Consuelo reciban una educación de calidad. Los inscribieron en el Saint Andrews –uno de los mejores colegios de La Paz-, en la Universidad Católica, para que estudien Economía, y luego el postgrado en Polonia. “Los Velasco Arce éramos conocidos por ser bien estudiosos”, sonríe Consuelo.
El 15 de enero de 1980, la profesora Sara recibió el golpe más duro de su vida: Su hijo Ramiro, que militaba en el MIR, fue asesinado por la dictadura de Luis García Meza, en aquella fatídica reunión de la calle Harrington. Una semana antes él había estado con sus hijos en Irupana y salió porque tenía la clandestina tarea de hacer el análisis de la situación económica del régimen de facto. Ramiro había mamado de la gran sensibilidad social de su madre y estaba convencido de que la lucha política era fundamental para atender las necesidades de los más pobres.
En su última etapa, la incansable educadora irupaneña se dedicó a apoyar la formación de sus nietas y nietos, quienes se beneficiaron de todos los conocimientos y el cariño que había acumulado. Hasta aquel fin de semana de febrero de 2001, en que se acostó como todas las noches, pero no despertó nunca más. La profesora Sara ya había volteado la hoja, dejando una hermosa lección de vida…